En el año 2073 las distancias tal y como se aprendieron en
los colegios hace cien años ya no existían. Ya no es la distancia entre dos
puntos expresada numéricamente ni una magnitud escalar.
Ahora, si querías ir a algún sitio, cogías una especie de
cápsula metálica y en unos minutos como mucho estabas en el lugar que querías
estar, sin importar las fronteras o los océanos. Qué fácil sería para el amor a
distancia, pensamos nosotros, setenta años antes. Poder ver al amor de tu vida
las veces que quisieras, sin esperas, aunque viva en la otra punta del mundo.
Pero sólo falta que deseemos algo, lo tengamos, y no sepamos utilizarlo.
En el año 2073 ya no existe el amor. Las personas viajan de
un lado a otro, conocen a la persona que desean, se cansan y van a por el
siguiente.
Era el primer viaje para Eliza, que a sus 21 años creía que
podía enamorarse. Llevaba dos semanas hablando con un chico en la otra parte
del mundo, más joven que ella, y no le dejaban viajar aún. Esa mañana pulsó el
botón de destino y esperó, como le habían enseñado. Parpadearía y aparecería
allí.
Pasaron treinta minutos y no se movía de allí, al contrario,
cada vez hacía más calor, aunque la pantalla indicaba “Ha llegado a su
destino”. Las luces de la puerta estaban en verde, pero ésta no se abría. Eliza
llamó al teléfono de emergencia y le dijeron que esa cápsula tenía una avería y
que enseguida estarían arreglándola. El chico le escribió impaciente, llevaba
cuarenta minutos esperando en la calle.
Eliza empezó a llorar, perdería al amor de su vida por un
estúpido cortocircuito. Los técnicos ya se oían desde fuera dando golpes y
manipulando unas pantallas, Eliza oía los pitidos. De repente, la cápsula subió
hacia arriba y cuando aterrizó, la puerta se abrió automáticamente y se
encontraba, al fin, donde ella quería.
No había nadie esperando.
Decidió llamarlo por teléfono cuando lo vio de espaldas,
mirando a la puerta de otra cápsula, que se abrió también y de ella salió otra
chica.
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